Homenaje a Concha Calero

Cuando el Ateneo se propuso homenajear a nuestras destacadas figuras del arte flamenco, me ofrecí con gusto para trazar, con todo cariño, esta breve semblanza de Concha Calero, nuestra Concha (y destaco el posesivo por lo que representa esta mujer para nuestra ciudad y para todos los que la conocemos) porque ella, con su genio creativo, se ha metido en el corazón de Córdoba.

Una vez me dijiste, Concha, que le habías dado a la solea seriedad, le habías dado el “toque” cordobés: prestancia, empaque, elegancia, evitando el estilo jaranero de las bulerías; que habías paseado en triunfo por esos mundos, las alegrías de Córdoba, en resumen, que habías plasmado “lo cordobés”, la esencia de nuestra patria chica en la magia de tu arte. Por esto, Concha, te sentimos nuestra, porque formas ya parte de nuestra tradición andaluza.

Pero antes de llegar a estos reconocimientos tan merecidos, hay un largo camino de esfuerzos y renuncias, de sinsabores y sacrificios, como ella misma me aseguró cuando una vez le pregunté qué tipo de dificultades había encontrado en su vida y ella, muy sabiamente me contestó: “Para el artista TODO es dificultoso”.

Pues este complicado mundo de artista se inicia para Concha en el barrio de Santa Marina, donde nació. Barrio de toreros como fue “Calerito”, primo hermano de su padre, que ya marcó con su arte a la familia. Desde los 12 años Concha pelea por aquello que le hierve en la sangre, su arte de bailaora, que crece, imparable, con la adolescencia. Su fuerte temperamento, su vitalidad, sus deseos de ser alguien y dar a conocer esta poderosa vocación, la impulsan a superar barreras: familiares (la oposición constante de su padre); profesionales (la falta de centros de aprendizaje y perfeccionamiento en Córdoba); y sociales (el mundillo reducido y plano de la época que no contemplaba a la mujer artista o lo hacía peyorativamente). Quizá su signo zodiacal Acuario (signo de aire) imprime en Concha-niña la fuerza y el genio suficiente para entrar a los 15 años en la compañía de Valderrama y Dolores Abril y así inicia su duro entrenamiento de artista en Madrid.

¿Qué hay detrás de esta joven bailaora que recibió el Premio Nacional de Baile en 1983, el primero otorgado a una cordobesa? Pues el trabajo intenso, los duros ensayos, las agotadoras dos funciones, el sometimiento a tutores y familiares, en fin, la escasa o nula libertad para disfrutar de la vida.

Yo diría que esta lucha continua de Concha con su arte por conocerlo primero, por dominarlo después, y al fin, por hacerlo suyo y marcarlo con su singularidad, han forjado su carácter: fuerte, vivo, un punto bronco, un mucho y soterrado tímido, porque el velo exquisito de la sensibilidad cubre y dulcifica la parte más profunda del corazón de un artista.

Si yo tuviera que definir a Concha con una sola palabra diría AUTÉNTICA, es ella siempre con la fuerza de la artista primitiva que recibe su empuje de muy dentro, que siente el baile en los latidos de su sangre y que busca incansablemente la manera de dar forma a ese vendaval interior.

Y volviendo a su vida, recordamos que tras su casamiento a los 19 años con el “Merengue de Córdoba”, centra su esfuerzo en la Academia de baile que funda, la primera de Córdoba (porque Concha, según vemos, ha sido loa primera en casi todo). Desde entonces y hasta hoy, su profesionalidad viene marcando a las sucesivas generaciones y ha abierto en nuestra provincia una cantera de jóvenes que han despuntado por sus enseñanzas, entre ellos, sus más queridas alumnas, sus hijas Desirée y Coco, que con sus propias personalidades, ya bien definidas, llevan, como si dijéramos, la “marca de fábrica”.

Hablando, una de tantas veces, con Concha de la escasa consideración que merecía el artista en otras épocas, ella me comentó un refrán de aquellos tiempos. “A los artistas y a los toreros, a la vejez los espero”. Pues en este caso, no se cumple la filosofía popular, porque Concha, nuestra Concha, ha recibido premios y menciones a lo largo de su dilatada vida profesional y cuando llegue a esa vejez, tan lejana aún, sus recuerdos estarán salpicados de actos como este, donde los que la conocemos y apreciamos, que somos muchos, queremos demostrarle nuestro apoyo y reconocimiento porque nos honra con su amistad y por el arte que nos ha legado.

María Teresa Morales Rodríguez
Texto leído por la autora en el acto de homenaje a la bailaora Concha Calero en Bodegas Campos el día 6 de mayo de 2002