Luis de Córdoba es uno de los escasos artistas que, en la historia del flamenco, han sido a la vez autores de algún libro, mérito que halagamos, por supuesto. Ateneísta de honor y cantaor muy conocido y de grandes facultades vocales y vastos conocimientos del cante, ahora aborda una cuestión palpitante, la compleja discusión sobre la tradición y la libertad en el desarrollo del Flamenco. Hay que agradecerle su honradez al confesar abiertamente que parte de los principios avanzados por los investigadores G. Steingress y J. Vergillos, éste último ganador del premio “González Climent” que patrocina el cantaor. De éste asume ideas como ésta: “El flamenco nadie duda que es un arte y por lo tanto también un lenguaje: un lenguaje musical. Nos dice Vergillos que todo lenguaje presenta dos caras: una es su cualidad de herencia, de legado, y otra la expresión del yo” (p. 18). Es decir, “el compromiso con la tradición, frente al compromiso del artista consigo mismo y con el arte” (p. 19).
Luis de Córdoba se muestra ecléctico y conciliador, aunando y valorando tanto el arte de
Pepe Marchena como el de
Antonio Mairena, por ejemplo (p. 20), o diciendo que el aficionado es libre para elegir a su gusto (p. 28), pero se muestra intolerante con los intolerantes, con los que piensan que el Flamenco está ya hecho: “Los palos del cante que conocemos y sus variantes son maravillosas formas de expresarse en flamenco, pero no son cuanto puede dar de sí el flamenco cantado” (p. 24). Más adelante es igual de claro en su afirmación: “Es inútil pretender reducir el flamenco, desde el punto de vista artístico, a las formas tradicionales exclusivamente” (p. 34). En fin, este artista-escritor, con sinceridad radiante, opina que hay que dejar libertad al artista para crear, para hacer evolucionar el cante, el Flamenco, labor en la que sólo tiene un enemigo real, “el miedo a la libertad” (p. 31). Claro que luego matiza que “cierto es que no basta con querer crear, hay que poder”, evidente razonamiento, como esta enumeración de cualidades imprescindibles en los creadores: “Se necesita valentía, grandeza, visión de futuro” (p. 32). Este apartado de
El Flamenco, tradición y libertad, que da título y sentido y valor al libro, es el que nos ha interesado más, aunque se completa la obra con “El cante y el pan” y con “González Climent: flamencólogo”, de menor enjundia e interés y que casi parecen relleno innecesario en esta edición (de ahí el añadido, en la portadilla de “...y otros escritos”). Gracias a
Luis de Córdoba por esta obra, por confesar pública y abiertamente sus ideas y sus fuentes, y gracias al
Ateneo de Córdoba por su interés por el Flamenco.
José Cenizo
El Olivo, abril, 2002