El valor de lo cotidiano en nuestra cultura tradicional

La memoria de lo cotidiano aletea todavía en muchos de nosotros que vivimos nuestra infancia y adolescencia en zonas rurales de Andalucía y por tanto, crecimos muy ligados a lo que podríamos llamar cultura “doméstica”, cuyo centro es el hogar.

En tiempos no muy lejanos, la casa y la familia, eran el pequeño universo por el cual el niño accedía a la vida. Lugar de encuentro y de expansión –donde, además, ocurrían los dos momentos más trascendentales e la vida: el nacimiento y la muerte- en la casa se fraguaban las futuras personalidades entre juegos, relatos, tertulias y festejos. Todos: adultos, ancianos, niños y animales domésticos estaban estrechamente unidos a ese mundo material que se mantenía, inexorablemente, mientras pasaban enseres y viviendas de padres a hijos y se conservaban a través de la herencia, los usos y costumbres.

El libro La cocina tradicional cordobesa recientemente publicado, se encuadra en este contexto de materias, olores y sabores cotidianos que adaptaron los habitantes de nuestra provincia a unos ritmos de vida –faenas agrícolas, fiestas religiosas, festejos familiares...- y a un uso sabio de los recursos que proporcionaba el entorno.

Diariamente, en este pequeño mundo doméstico, la mujer –la más eficaz transmisora de la tradición popular- resolvía los problemas de la supervivencia con los escasos medios que tenía a su alcance y las recetas que le legaron las mujeres de la familia. La continuidad de estos platos creaba una profunda vinculación de las personas con el mundo material que las rodeaba.

Y así hemos querido preservar del olvido estas formas de cocinar que atendían a las necesidades básicas de nuestras sociedades tradicionales que aún hoy perduran en rincones de nuestra comarca pero ya peligrosamente amenazadas por los vientos innovadores.

Es obvio que las migas serranas tenían su cenit en los meses más fríos –enero, febrero- por su riqueza calórica, pero también porque aprovechaban los productos frescos del cerdo, cuya matanza tiene lugar por estas fechas y que la inmensa variedad de gazpachos –jeringuilla, jarote, pimporrete, salmorejos, etcétera...- eran el plato estrella de los tórridos veranos andaluces por el valor vitamínico de las hortalizas que emplea y por ser alimento ligero y muy refrescante que aprovecha, además, el pan de días anteriores, remojado y ablandado en el caldo.

Esta utilización de recursos, adaptándolos con ingenio y sabiduría a las formas de vida, es el resultado de una experiencia acumulada, en este caso, por nuestros pueblos cordobeses y transmitida en herencia a las mujeres que la han mantenido a través de los tiempos.

La importancia de preservar este patrimonio de lo “cotidiano” –la cocina, entre otros muchos: artesanía, cuentos, canciones- se basa en que está ligado a la vida diaria y ha creado, por tanto, en aquellos que la vivieron, una forma especial de entender la realidad, lo que configura el pensamiento más profundo de nuestra cultura andaluza y una de sus más valiosas aportaciones.

María Teresa Morales Rodríguez
El Arca del Ateneo, núm. 5 2000