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William Walton

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William Turner Walton (Oldham, Lancashire, 29 de marzo de 1902 — Ischia, 8 de marzo de 1983), fue un gran compositor y director de orquesta británico.

Su estilo estuvo muy influido por Stravinski, Sibelius y el jazz y se caracteriza por una gran vitalidad rítmica, una agridulce armonía y una sabia conjunción de melodía romántica y brillante orquestación. Es recordado por sus obras orquestales, su música coral y ceremonial y por sus excelentes bandas sonoras. Sus primeras composiciones —especialmente Façade, sobre un poema de Edith Sitwell— le encumbraron como un compositor moderno, pero fueron sus trabajos orquestales y el oratorio Belshazzar's Feast los que le trajeron el reconocimiento internacional.

Biografía

Primeros años y llegada de la fama

Walton nació en Oldham (Lancashire), en el seno de una familia de tradición musical. A los diez años le aceptaron como corista en la Christ Church Cathedral de Oxford y allí fue admitido como estudiante a la edad inusualmente precoz de dieciséis años. Como compositor, fue en gran parte autodidacta —estudió en la «Biblioteca Ellis» las partituras de obras nuevas de Stravinsky, Debussy, Sibelius y Albert Roussel|— pero recibió alguna ayuda y la tutela de Hugh Allen, el organista de la catedral. En Oxford, Walton conoció y se hizo amigo de dos jóvenes poetas, Sacheverell Sitwell y Siegfried Sassoon, que desempeñarán un papel importante en la publicación de su música. Poca de la obra juvenil de Walton sobrevive, apenas el himno coral A Litany, escrito cuando sólo tenía quince años, y que ya muestra unas armonías llamativas y un tratamiento de la voz principal bastante más avanzados que el de muchos compositores británicos contemporáneos. Quizás la característica armónica más atrevida de la pieza sean las agrias inflexiones del acorde aumentado, sobre todo en la llamativa cadencia final.

En 1920 Walton dejó Oxford sin conseguir el doctorado —tras fallar los Responsions — para alojarse en Londres como "un hermano adoptado o elegido" en casa de los Sitwell, una familia con gran tradición literaria, con los hermanos Sacheverell, Osbert y Edith. Gracias a los Sitwell, Walton conoció y se familiarizó con muchas de las figuras más importantes de la música británica de entreguerras, particularmente con su colega compositor Constant Lambert, y también con artistas como Noel Coward, Lytton Strachey, Rex Whistler, Peter Quennell, Cecil Beaton y otros.

Walton adquirió notoriedad en 1923 con una adaptación de un poema de Edith Sitwell, Façade, una obra muy influenciada por el jazz. La primera interpretación pública dio lugar a que Walton fuese calificado como un moderno vanguardista —el crítico Ernest Newman dijo de él: "como bromista musical es una joya de primera especie" — aunque las siguientes provocaron una gran controversia. En el Festival de la «Sociedad internacional para la música contemporánea», celebrado en Salzburgo en 1923, se programó su Cuarteto de cuerda y fue su primer reconocimiento internacional, con el mismísimo Alban Berg entre el público.

Durante la década de 1920 Walton tuvo pocos ingresos, tocando el piano en clubs de jazz y pasando la mayor parte del tiempo componiendo en el ático de los Sitwells. La obertura orquestal Portsmouth Point (que dedicó a su amigo Sassoon) fue el primero de sus trabajos que apunta las que serán sus características distintivas: un fuerte impulso rítmico, ampliamente sincopado, y un lenguaje armónico disonante, pero predominante tonal. El Concierto para viola de 1929 fue la obra que lo catapultó a la vanguardia de la música clásica británica, con su agridulce melancolía, que además obtuvo una gran popularidad. Este éxito fue seguido por otras obras igualmente bien acogidas: la cantata Belshazzar's Feast (1931), la Sinfonía nº 1 (1935), la marcha de coronación Crown Imperial (1937), y el Concierto para violín y orquesta (1939). Cada uno de estos trabajos permanece todavía firmemente establecido en el repertorio: el Concierto para viola aún hoy sigue siendo una pieza central del repertorio solista para viola; el Banquete de Belshazzar es una piedra de toque de cualquier sociedad coral prometedora; y la Primera Sinfonía es un desafío incluso para orquestas profesionales que no tienen mucho tiempo para ensayar.

La Sinfonía nº 1 (1931-35) tuvo una génesis inusual: Walton mantenía una relación tempestuosa con Imma von Doernberg, quien finalmente le dejó por el médico húngaro Tibor Csato. Las turbulentas emociones y la energía de alto voltaje de la Sinfonía reflejan los acontecimientos que en aquel momento vivía, con un elocuente y dramático primer movimiento y un picante y malicioso «Scherzo», que finalizaba en un ambiente de gran melancolía. Pero el movimiento final es totalmente diferente, casi Elgariano, con su júbilo ceremonial (a pesar de que las dos secciones fugadas remiten claramente a Hindemith). Es evidente para el oyente que la nube ha pasado y se explica porque Walton, tras componer el movimiento lento, inició una nueva relación con Alicia Wimborne, que le proporciono el ímpetu y la inspiración musicales para el último movimiento. Walton, pese a ello, dedicó la sinfonía en su totalidad a Imma von Doernberg.

En términos musicales, el trabajo es una muestra de la composición inglesa y representa la cima del pensamiento sinfónico de Walton. Los dos compositores favoritos en los años 1930 en Inglaterra fueron Beethoven y Sibelius, este último defendido por Lambert en su popular libro de critica musical Music Ho! (1934). Walton claramente bebe en ambas fuentes: el primer movimiento se escribe en forma de sonata y el desarrollo es claramente beethoveniana —"batiendo los temas a muerte"8 — y con este armazón, el movimiento se desarrolla un poco a la Sibelius, como muestra claramente el motivo de la llamada del cuerno de la obertura. El rigor temático y la rompedora energía emocional del movimiento —y de toda la sinfonía— se pueden atribuir a este método único de construcción musical.

Después de la Segunda Guerra Mundial

Durante la II Guerra Mundial Walton fue licenciado del servicio militar con el fin de componer música para películas propagandistas, como The First of the Few (1942) o Henry V (1944), una adaptación de Laurence Olivier de la obra de Shakespeare. A mediados de los años 1940, el salto a la fama de compositores más jóvenes como Benjamin Britten, disminuyó el crédito y la acogida de sus obras entre los críticos musicales, aunque el público siguió recibiendo con entusiasmo su música. Después de componer un segundo Cuarteto de cuerdas (1946), su logro más importante en la música de cámara, Walton dedicó los siguientes siete años a escribir una ópera trágica en tres actos, Troilus y Cressida (1947-54). La ópera no fue muy bien acogida y comenzó a extenderse la consideración de Walton como un compositor pasado de moda.

Tras Troilus y Cressida, Walton volvió a la música orquestal, componiendo en rápida sucesión, el Concierto de violoncelo (1956), la Sinfonía nº 2 (1960), y su obra maestra del período de posguerra, Variations on a Theme by Hindemith (1963). Su música a partir de los años 1960 muestra un rechazo a las tendencias vanguardistas de la posguerra —que capitaneaban Boulez y sus próximos— y prefirió componer en un estilo post-romántico, que encontraba más gratificante. A pesar de ello, estaba lejos de ser olvidado, y fue nombrado Caballero del Imperio británico (sir) en 1951 y recibió la Orden del Mérito de la Commonwealth en 1967.

Su ópera cómica en un acto, El oso, fue bien recibida en el Festival de Aldeburgh de 1967, y gracias a ello le llegaron de nuevo importantes encargos, como el de la Orquesta Filarmónica de Nueva York (Capriccio burlesco, 1968) o el de la San Francisco Symphony (Improvisations on an Impromptu of Benjamin Britten, 1969). Sus ciclos de canciones a partir de entonces fueron estrenados por artistas tan destacados como Peter Pears (Anon. in love, 1960) y Elisabeth Schwarzkopf (A Song for the Lord Mayor's Table, 1962).

En su década final, Walton encontró la composición cada vez más difícil. Intentó en varias ocasiones componer una tercera sinfonía para André Previn, pero nunca finalizó el encargo. Sus obras finales son sobre todo reorquestaciones o revisiones de música anterior, y música coral para la liturgia. En 1949 se trasladó a vivir a Italia, a la isla Ischia, con su esposa argentina Lady Susana Walton (nacida Gil), autora del jardín de La Mortella. Murió allí en 1983.

Desde su muerte, la música de Walton ha ido ganando atención, tanto en interpretaciones públicas como en grabaciones. De hecho, a medida que la historia de la música clásica de posguerra continúa siendo revaluada, la figura de Walton se ve menos como un representante pasado de moda de una era perdida y más como un compositor muy individualista que escribió en un idioma atractivo y personal.

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