Ateneo de Córdoba. Calle Rodríguez Sánchez, número 7 (Hermandades del Trabajo).

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Homenaje a Francisco Carrasco Heredia

De Ateneo de Córdoba
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Un poeta cordobés entre la naturaleza y el tiempo.

Francisco Carrasco Heredia nació en Cortegana (Huelva), en 1930, pero sus antecedentes familiares (padres cordobeses) y su temprana residencia en la ciudad de Córdoba (desde los seis años de edad), incardinan su biografía vital y literaria a la tierra de Córdoba y a su paisaje. Sus raíces en el tiempo y en la naturaleza han esenciado su mensaje poético desde el entorno puro del amor a la tierra y a las cosas, y el entorno bivalente de la agreste verdad adonde lo lleva huido la falacia urbanística de quien, por el trabajo y las circunstancias, se ve obligado a vivir en la ciudad. Desde esta necesidad de escapar a lo cotidiano inherente, Francisco Carrasco ha ido elaborando pacientemente su peculiar microcosmos, y, proveído de esa serenidad interior que caracteriza su poesía, nos ha dejado, desde 1965 –año en que se concede el accésit Adonais a su libro Las Raíces- un legado de amor y de belleza al hombre y al paisaje; nos ha permitido reconocernos a sus lectores en ese espejo sosegado de la naturaleza y develar esa armónica relación entre el hombre y su entorno natural.

El paisaje de Francisco Carrasco, rumiado y aventado bellamente para gozo común de los que conocemos su poesía, es, sin ninguna duda, el de nuestros campos cordobeses de la sierra y la campiña aunque, a veces, se despega marinero y salobre, hacia playas de efímera estadía, reconocidamente malagueñas, y aquí, aunque con otro sentido, se da en Carrasco cierto paralelismo con otro poeta cordobés, Juan Bernier, en quien Guillermo Carnero contempla en antítesis lo que en el poeta que estudiamos es síntesis de una misma pasión por la naturaleza. Mientras para Bernier el dualismo opositor Córdoba-Málaga se centra en el antagonismo paisaje duro, hostil-paisaje dulce, acogedor, o lo que es lo mismo, represión-hedonismo, para Carrasco Heredia es un mismo paisaje de amor y de evasión por la tierra y el agua, por la espuma y la cosecha, por el hombre que arrastra el copo y el que empuña la mencera, aunque en el objetivo de su mensaje sí coincidan ambos poetas: su implícita invitación al hombre a volver sus ojos a la naturaleza, cuestión asumida por Carrasco como pasión elemental por lo creado, pasión unitaria, cernida de minimidades en lo que el poeta mejicano Octavio Paz define como rítmica fusión de lo sensible y lo inteligible, cuando dice: “en las palabras del poeta oímos el mundo, al ritmo universal”.

Las Raíces, es el primer libro de Francisco Carrasco. Vio la luz en 1966 en la colección Adonais, de Editorial Rialp, Madrid. Es también una de las obras fundamentales del poeta que estudiamos, y de quien esperamos todavía, en plena madurez creadora nuevos títulos que añadir a éste y al siguiente Con el tiempo en las manos, premio Rafael Morales 1975 editado en la colección Melibea en Talavera de la Reina (Toledo).

El crítico y poeta Rafael Morales, al comentar Las Raíces escribió: Como Fray Luis de León –no como los poetas pastoriles- como el primer Juan Ramón Jiménez, pero sin asomos miméticos, sino con sensibilidad y modos propios, Carrasco Heredia ha recuperado para la poesía la serenidad contemplativa y a la vez subjetiva y amorosa de la naturaleza, e incluso se ha valido de ella para expresar sus sensaciones y sentimientos íntimos, por lo que la emplea frecuentemente en sus imágenes y metáforas.

Con el tiempo en las manos, que es como dijimos el segundo libro del autor publicado en la colección Melibea de Talavera de la Reina, con él se inicia una nueva etapa de la obra poética de Carrasco, cerrado ya el ciclo en que toma como espejo el tema de la naturaleza. En el poema con que se inicia el libro, el titulado “Razón de vida”, el poeta recobra su primitivo acento franciscanista, para abrir de par en par su conciencia en un autoexamen, todavía esperanzador, consciente de que ante sí mismo se abre el camino sin retorno hacia el tiempo que ya no será el tiempo de su gozo. Su esperanza reside en lo consciente de la renuncia y el conformismo con que asume el inevitable proseguir, ante el que no queda más alternativa que la de reanudarse, acompañado de la grata memorabilia del recuerdo, porque el amor ayuda.

En otro de los poemas de este libro, el titulado “Calendario íntimo”, Francisco Carrasco lleva hasta el extremo su deseo de detener el tiempo a través de los perfumes de la memoria. Parece darle la razón a Luis Cernuda, quien consideraba que la obra del poeta surge, precisamente, de su afán de detener el curso de la vida. Carrasco, como el Jaime Gil de Biedma de “Por vivir aquí” invoca al pasado, pero lo que en el poeta catalán es una duda, un pasado que existe pero que acaso no existe, en el poeta cordobés es una amorosa saudade detenida en el tiempo evidente que fue, que todavía es carne de su vida. “Calendario íntimo” es, así, un poema de amor al hombre y a la existencia. Es grata su memoria, todavía encendida de besos, cargada con el fruto de los días de tía Rosario que se adivinan azules. Amor erecto y puro. Reconstruye el poeta el mundo feliz de su infancia y su adolescencia, y el vitalismo aflora nuevamente en esa fijación de un tiempo generoso. Es el mito de la infancia dulce el que aparece en este poema. Generalmente, y Césare Pavese es el mejor ejemplo, el mito de la infancia es nostalgia dramática por lo que tiene de irrecuperable. En Carrasco Heredia, por el contrario, es una mitificación positiva, esperanzada, una gozosa realidad que sobrevive, fijada en la retina amorosa de la memoria, tal vez porque, justificando las palabras de otro poeta andaluz, Manuel Mantero, que dan pie al libro de Carrasco: “Sólo lo fugitivo permanece y dura”.

El profesor y poeta sevillano Manuel Jurado López, habla de un perfume de lo teocéntrico en Con el tiempo en las manos. Yo lo interpreto como el mismo regusto panteísta del autor cordobés, aunque, eso sí, con otra ligazón más personal y afectiva en su alusión a lo divino. De ahí que disienta de la visión de Jurado López en cuanto a la consideración de Dios como único interlocutor válido entre el poeta-hombre y el poeta-niño, ya que en muchas ocasiones, a lo largo del libro, es el tiempo quien realiza esta función interlocutora. De modo inconsciente, el substrato fideístico del poeta parece expresarlo así si bien el uso de palabras manifiestamente religiosas, parezcan no indicarlo. En definitiva, y sin contradecirme con lo anteriormente expuesto, acerca de la profunda religiosidad de este libro, entiendo que esta religiosidad está ligada al concepto divinizado de tiempo, aunque, en ocasiones, la pervivencia fideístico-cristiana de Carrasco Heredia evidencia el más tradicional concepto de lo religioso. En todo caso, una y otra visión poética están compartidas, y habría que intuir, en el mismo lúdico instante de cada creación poemática, cual ha sido el móvil que ha inducido al autor para optar por el sentido de tiempo-dios o por el de dios a secas.

Como dijimos al principio, Francisco Carrasco Heredia nació en Cortegana (Huelva) en 1930 pero ha vivido siempre en Córdoba. Estudió primera enseñanza y bachiller en el colegio salesiano de esta ciudad. Es miembro del grupo poético Zubia y cofundador de la revista del mismo nombre y del premio de poesía Ricardo Molina. Colaborador en revistas y antologías literarias nacionales. Miembro del Ateneo de Córdoba y presidente de la Sección de Poesía del mismo. Académico correspondiente de la Real Academia de Córdoba de Ciencias, Bellas Letras y Nobles Artes.

Tiene publicados nueve libros de poesía y uno dedicado a los arroyos de Córdoba publicado por el Arca del Ateneo cordobés.

Texto leído en el Homenaje del Ateneo de Córdoba al poeta y ateneista Francisco Carrasco el 3 de noviembre del año 2000, dentro del ciclo La Noche de los Poetas.